Hoy se cumple un año del día en que España se hizo mayor, del día más feliz para los españoles, del día en que los fantasmas del pasado desaparecieron, del día en que la injusticia con nuestra selección se rompio, del día que nos convertimos en campeones del mundo.
Recuerdo aquel 11 de julio de 2010, como en cada gran partido nos reunimos todos los amigos en el bar en el que solemos hacerlo para ver como nuestro equipo levantava el torneo más prestigioso del mundo del fútbol, porque ninguno de los que estábamos allí dudamos un momento de Iniesta y compañía, nuestro juego era el mejor, pasábamos por encima de todos nuestros rivales con el tiqui-taca, lo hicimos ante Alemania y ante Holanda no iba a ser menos. Yo la creía una selección que nos lo pondría difícil con su buen juego pero no fue así, su manera de hacernos sufrir no fue con su juego característico, fue a base de patadas y al ver que Van Bommel y compañía nos zurraban a palo seco las personas presentes en aquel bar lo teníamos todavía más claro, esto no lo perdemos. A pesar del árbitro y de Holanda, España siguió jugando al primer toque, con lujos cuando eran necesarios, recuperando, saliendo con velocidad aunque el premio no nos llegó en los noventa minutos pero todo el país sabía que al final llegaría porque una selección que juega así no se puede ir con las manos vacías a casa, sin darle la mayor alegría posible a su afición, sin hacer honor a un estilo, es imposible. La patada de De Jong, la agresividad de Van Bommel, la poca deportividad de Senijder y todo lo que Holanda nos hizo sufrir a lo largo del partido con un juego que no era el suyo iba a borrarse de nuestras mentes en un minuto, el 116 y gracias a un hombre, Iniesta, él fue el encargado de abrir la puerta más codiciada, la que te lleva directamente al cielo.
Son muchas las anécdotas que podemos sacar de este mundial, mejor dicho, de nuestro mundial.
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